Tarea difícil de un médico
Primero tomas tu bata. No importa si no recuerdas dónde la dejaste, la encuentras. Sí hubo mucha sangre, le pides a alguien que vaya de inmediato al sótano a traerte un nuevo conjunto de ropa quirúrgica.
Te pones la bata y entras al baño. Te miras en el espejo mientras lo dices. Usas el nombre de la madre y el de su hijo. No puedes cambiar esta parte.
Te mostraré cómo:
Si se tratara de mi madre, dirías: “Sra. Rosenberg, tengo una noticia terrible que darle. Naomi murió hoy”.
Lo dices en voz alta hasta que lo puedas decir con claridad y fuerte. ¿Qué tan fuerte? Lo suficiente. Si te lleva menos de cinco intentos, te estás apresurando y no lo harás bien. Tómate tu tiempo.
Después del baño no hagas nada más antes de ir a verla. No hagas ninguna llamada, no hables con ningún estudiante de medicina, no llenes ningún formulario. Jamás la hagas esperar. Ella es su madre.
Cuando entres en la habitación, sabrás quién es la madre. Sí, te lo puedo asegurar….
Dale la mano y dile quién eres. Si hay tiempo también dales a los demás un apretón de manos. Sí, sabrás si hay tiempo. Nunca te quedes de pie. Si no hay asientos disponibles, los sofás tienen brazos.
Tendrás que decidir si debes preguntarle lo que ya sabe. Si eres el que la llamó para decirle que su hijo había recibido un impacto de bala, entonces ya empezaste, pero todavía no acabas. Estás a punto de hacerlo. Nunca la hagas esperar. Ella es su madre. Ahora, deja que el mundo se haga trizas. Sí, tienes que hacerlo. Di algo como: “Sra. Bastille, tengo una noticia terrible que darle. Ernesto murió hoy”. Ahora espera….
No te pongas de pie. Tal vez te quedes pensando en la pesadez de tu respiración o tu pulso acelerado o los cordones de tus zapatos, pero no te levantes. Estás aquí para ella. Ella es su madre.
Si hay otro hijo acompañando a la madre y acaba de darle un puñetazo a la pared o rompió la silla, no te preocupes. El que golpeó la pared o rompió la silla estará mejor que el que mire hacia abajo y se niegue a llorar.
El que golpeó la pared o rompió la silla estará mejor que la hermana que mira hacia el techo y cierra los ojos repletos de lágrimas.
El agente de seguridad
Los agentes de seguridad ya están afuera de la habitación y al escuchar el primer estruendo sabrán que deben entrar. No, no tienes que decirles que lo hagan. Ya tendrán conocimiento del cuarto familiar en el área de urgencias en el norte de Filadelfia, un verano.
No te preocupes. Serán amables. Si la silla ya no sirve, no importa. Tenemos dinero para sillas nuevas cada verano. Si tu silla no fue la que se rompió, permanece en ella. Si se rompió, busca otro sitio dónde sentarte. Estás ahí para la madre y aún tienes cosas por hacer.
Preguntas
Si te pregunta, le dirás lo que sabes. No mientas. Pero no digas que fue asesinado o que lo mataron. Sí, ya sé que así fue, pero eso no es lo que vas a decir. Di que murió; esa es la parte que viste y que sabes. Cuando pregunte si sintió dolor, debes tener mucho cuidado. Si no fue así, asegúraselo sin titubear. Si sintió dolor, no mientas. Pero el dolor se acabó. Nunca digas que tuvo suerte porque no sintió dolor. Él no tuvo suerte. Ella no fue afortunada. No hagas esa cara. No te puedes ni imaginar las cosas tan estúpidas que dirás muchas veces.
Antes de irte, le romperás el corazón una vez más. “No, lo siento, pero no puede verlo. Las reglas son estrictas cuando alguien muere de esta forma, la policía tiene que llevárselo primero. No podemos permitirle entrar. Lo siento muchísimo”.
Jamás digas “el cuerpo”. No es un cuerpo. Es su hijo. Lo que quieres decirle es que sabes que era su hijo. Pero ella ya lo sabe y no necesita que se lo digas. En cambio, dile que saldrás unos minutos y regresarás por si tiene alguna pregunta. Más preguntas, o preguntas que nunca ha hecho. Si no tiene preguntas, no le des respuestas que no te ha pedido.
Cuando salgas de la habitación, no le grites al estudiante de medicina que quiere preguntarte algo. Cuando llegues a casa, no le grites a tu marido. Si otra vez dejó los calcetines en el piso, no importa.
Información del Autor
- Naomi Rosenberg, doctora, Hospital de la Universidad Temple.